Septiembre
29
No
logro dormir, debido a la artritis. Entonces, al tomar unas
pastillas, me duermo. Pero sin alcanzar la paz. O sea, durmiendo,
pero sin que esté durmiendo (?). Es el miedo.
La
casa se ha llenado de miedo. La casa se ha vuelto hexagonal. Tiene
otro, distinto, comedor. Yo apago la luz, debido al miedo (es como si
temiera que atravesaran una puerta de cristales). De pronto, se oyen
gritos espantosos. Gritos de terror. Un auto está pasando. Un auto
lleno de gritos espantosos.
Alguien
-no sé si dentro, o si fuera, del auto- es el responsable de los
gritos.
Mantengo
la luz apagada. Hasta que (no lo sé bien), comprendo que pueda estar
soñando.
Me
despierto. Enciendo la luz. Siento el alivio de no estar en el
comedor donde creía estar. Siento el alivio de haberme despertado,
después de estar metido dentro de una pesadilla.
Ya
no siento miedo. Pero me siento batuqueado, como si me hubiese
escapado de...
El
miedo del aire acondicionado. Lo voy a quitar. Voy a quitar el aire
acondicionado, pues él puede ser el residuo del miedo que he
sentido. ¡El residuo!
¿Uno
puede haber caído dentro de la materia? ¿Era eso lo que sentían
los gnósticos?
Y
ahora -son las 4 de la mañana-, pienso en los jesuitas, en el miedo
que pude sentir cuando hacía los ejercicios espirituales. ¿Sentí
verdaderamente miedo, o es que estoy haciendo literatura?
¿Estoy
metido en el mismo destino aquel...? ¿Qué fui cuando estaba con los
jesuitas? ¿Por qué ahora, todavía medio dormido, pienso en eso.
Tengo
84 años, me digo. Esto es como el memento moris.
Lorenzo
García Vega
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